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martes, 7 de agosto de 2012

El País de la Democracia. Parte II


Si no has leído la parte I, la encuentras aquí

If voting changed anything, they'd make it illegal.
Emma Goldman

Los ciudadanos duermen, llevan ya mucho tiempo dormidos. El País de la Democracia está en paz aparente. Las elecciones se acercan. Las elecciones, ese momento cumbre de la democracia, cuando el pueblo ejerce su derecho a decidir quién lo gobernará y por lo tanto ejerce su derecho al poder, dicen los teóricos. Las elecciones, el pináculo, el monte olimpo de la voz del pueblo, la batalla heroica por la autodeterminación, afirman los idealistas. Y entre dimes y diretes, allá, lejos, en las altas esferas del poder, los que de verdad tienen las riendas del país sonríen y hacen un brindis a la salud de su permanencia. Todo ha salido bien. Pareció que por un momento las cosas se saldrían de control, pero ya los daños están contenidos, las amenazas paralizadas. El pueblo duerme una vez más e irá a votar así, con los ojos cerrados y la mente atontada, con la certeza absoluta de que la democracia funciona en esta nación somnolienta, con la seguridad de que rayar una boleta tiene una fuerza abismal que va más allá del entendimiento de todos aquellos que abogan por una participación ciudadana más auténtica. Porque rebeldes los hay, sin duda; al menos algunos. Pero son pocos y generalmente reciben las miradas de repulsión de los habitantes promedio. El gobierno no tiene que hacer nada, la misma sociedad (que bien ha sido domada) se encarga de discriminar salvajemente a todos aquellos que piensan distinto y que creen que la democracia que se vive es falsa y que le faltan algunos ingredientes primordiales: la apertura de los medios, la transparencia y rendición de cuentas, la equidad, la existencia de candidatos capaces y no necesariamente partidistas, y quizá la más importante, la participación e interés de todo el pueblo. Pero los poderosos no tienen de qué preocuparse, insisto. Esas voces que exigen democracia verdadera han sido calladas perpetuamente por los mismos ingenuos que deberían protegerlas y ostentarlas. Los llaman desquehacerados, acarreados, porros o borregos. Les recriminan su falta de cooperación a la sociedad y a la economía. En gran medida, esto se debe a la estrategia avasallante de aquellos que pertenecen a los grupos de poder, una estrategia que consiste en dividir profundamente al pueblo. Lo han logrado con una fórmula muy simple cuyas principales vertientes son: los medios, los colores y las instituciones “democráticas”.

Por un lado están los medios. No es necesaria una gran explicación, la cosa en realidad es muy sencilla, y data desde tiempos del imperio romano, cuando al vulgo se le tenía contento con pan y con circo. Es evidente que los medios han tomado la posición del circo, y lo han hecho con una fuerza de tan impactante alcance que el pan ya ni siquiera es necesario. Así, los medios inculcan la apatía y la indiferencia con la paciencia de una maestra entregada a su labor; su perseverancia les ha funcionado, las voces mayoritarias prefieren el fútbol o las telenovelas; la política ha sido relegada al rincón del asco y el desprecio.

Por otro lado están los colores. Es una forma linda de decir los partidos políticos. Quién sabe cómo, pero los grupos de poder se las han ingeniado para que la población se ponga la camiseta de distintos partidos y los defiendan con garras y dientes. Como si esos partidos hicieran lo mismo por ellos, los ciudadanos van por el mundo divulgando la palabra de los partidos cual enseñanza divina; se sienten casi profetas, vestidos de azul, o de amarillo, o de verde y rojo. Y cuando alguien viste de un color diferente, lo insultan y lo increpan, a veces se llega hasta los golpes. Cuando las opiniones son opuestas, los ánimos se caldean y las palabras empiezan a subir su volumen e intensidad, aún entre miembros de la misma familia en una acogedora sobremesa. Cuando colores distintos se encuentran, los campos se llenan de batallas entre hermanos, y la misma sangre se derrama por doquier. La sangre de un país herido por la discordia, por los enfrentamientos entre ciudadanos que no se dan cuenta, adormilados como están, de que se hieren entre amigos mientras el enemigo común se regocija.

Hay un último factor influyente: las instituciones “democráticas”. Se dice todo el tiempo que están conformadas por funcionarios honestos y que representan osadamente a la ciudadanía; luego reparten millones entre partidos para realizar campañas basadas en la emoción y la mercadotecnia sin fondo, la publicidad basura encaminada a lo meloso, a la promesa utópica, a la presencia universal, lo que se llama popularmente “aparecer hasta en la sopa”. Las calles se inundan con volantes y espectaculares, los espacios televisivos con comerciales almibarados y superfluos, la contaminación visual y auditiva es grotesca y hasta ofensiva. Todo esto no se hace con sus recursos, desde luego; se hace con el dinero del pueblo, que no dice nada, que no se queja; aunque ese dinero pueda ser usado en mejoras sociales indispensables, aunque ese dinero pueda curar su hambre con programas que generen empleo y condiciones de bienestar. Pero no, ya sabemos que en esta tierra el silencio es imperante. De alguna forma, los dirigentes han convencido a sus habitantes que en el País de la Democracia todo está bien, que no debes levantar la voz ni mucho menos actuar; que tu actitud correcta es preocuparte únicamente por ti mismo, por tu trabajo y tus logros y problemas individuales.

Cuánta falta le hace a este país un grupo de héroes o de locos. Cuánta falta le hace falta a este país un estallido. Cuánta falta...

Mi twitter: @sidyasi
Mi blog: El Universo Absurdo de Sid


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